Muchas veces ser mujer resulta ser una actividad sumamente agobiante. Las veces que nos quejamos de serlo, por lo general, se empalman con las veces que nos preguntamos el por qué no fuimos hombres en esta vida (estoy segura que por lo menos una vez por mes nos lo planteamos), y nos auto convencemos de que de haber nacido hombres nuestra vida caótica se hubiera desarrollado de manera mas sencilla, obteniendo mejores resultados de forma más simple y eficaz. Un claro ejemplo de esto es que conseguiríamos trabajos más jerárquicos sin períodos tan largos de prueba o sin que nos señalen como incapaces en la situación anterior a haberlo conseguido, tan solo por no llevar un decorativo péndulo en nuestra entrepierna.
No digo que ser hombre sea una maravilla, ojo, pero si admito que muchas veces sería más cool serlo, como por ejemplo cuando: 
Nos damos cuenta que Homero Simpson es hombre.
Estamos fuera de casa y la incontinencia urinaria nos ataca, Porque somos reacias a formar una fila de mujeres de dos cuadras de largo para ingresar a un baño público que no haya sido cuidadosamente aseado, ya que a parte de que nos de asco tener que ingresar a un lugar maloliente, la cerradura de éstos nunca funciona. Por ende, para no apoyar las pompas sobre la tabla (siempre mojada) debemos seguir rigurosos pasos tales como: No titubear porque los tacos que llevamos son muy altos. No pisar el charquito. Levantar la falda con una mano y sostener la puerta con la otra para que ésta no se abra. Tratar de no ensuciar el papel tissue que tenemos en la boca con lápiz labial, y frenar el tambaleo de la cartera que nos quedó colgando del antebrazo mientras escuchamos atentamente la conversación de las que esperan afuera. Siendo hombre, bajamos cierre, descargamos mojando decorosamente la tabla, subimos cierre y listo! (el árbol mas cercano también cuenta como baño público masculino).
Estamos a dieta, sabiendo que las hamburguesas de las canchas son las más ricas, y los únicos baños públicos potables son los de los locales de comida rápida donde solo venden comidas grasosas, pero que nos tientan, así que las compramos y las tragamos con culpa porque vivimos a fruta y verdura durante dos semanas para entrar en ese vestido que tanto dinero nos costo pero que solo venía en talle único.
Fijamos nuestra noche de sexo y lujuria debiendo controlar exhaustivamente con antelación nuestro período para que justo no caiga en “esa fecha”.
Cualquier motivo es un motivo para llorar. Mientras que los hombres únicamente lloran cuando su equipo de fútbol se va al descenso, vos lloras cuando: Tu jefe te grita. Cuando miras cualquier película romántica (en casos más graves también con la parte romántica del Hombre Araña). Cuando “él” te dice Te amo, cuando otro te dice te amo, cuando el que te dice te amo te dice que no lo hace mas, cuando te deja, cuando quiere volver, cuando le decís que no para hacerte la dura y aparece con otra más linda. Cuando te viene y estás histérica, cuando no te viene. Cuando no conseguís novio, cuando conseguís y te sofoca. Cuando estás enojada, cuando estas contenta, y cuando no hay nada mejor que hacer.
Necesitamos depilarnos para usar algo corto. Mientras más pelo tenga un hombre, mas se acentúa su hombría.
Nos depilamos, y también cuando la depilación crece y nos pica, ya que no podemos rascarnos públicamente durante horas sin vergüenza como hacen ellos.
Nos damos cuenta que sus insultos son mas cool y agresivos (por ende hieren más que los tuyos a quien los reciba).
En un mundial no podemos opinar de fútbol.
No podemos jugar concursos de eructos, flatulencias y demás actividades recreativas para las que para no quedar mal nos hace falta un pito.
Debemos ir periódicamente al ginecólogo y todas sus didácticas revisiones.
Para tener un hijo debemos ser víctimas fatales de antojos durante 9 meses, parir, y posteriormente asistir al gimnasio con 10Kg de más (con la ropa de nuestro marido o la que nos entre) y sufrir también que el profesor de aerobics este bueno.
