Te lo agradezco, pero no

Seguir nuestros deseos es más saludable que inventar excusas o mentir para conformar a los demás. Y genera menos problemas.¡Qué difícil es decir que no! Es cierto que cuesta horrores: genera culpa y contractura. Por eso, a veces una recurre a estrategias que traen más problemas que alivio.

Una de ellas es decir que sí a lo que una no quiere o no puede hacer. Entonces, vive con la agenda repleta de compromisos, mira películas que no quiere ver, hace trabajos que no debería aceptar por falta de tiempo y asiste a fiestas que aburren antes de empezar. La segunda estrategia poco eficaz consiste en esquivar el compromiso con una excusa. Así, una se convierte en una generadora compulsiva de justificaciones. Y verás que pronto tendrás que crearte una grilla con la lista de eventos y favores solicitados y las excusas que has dado.

En síntesis: no hacemos lo que queremos y nuestra vida se complica cada vez más. ¿Te preguntas porqué?

Una amiga siempre te invita a participar de programas para nada atractivos. En lugar de confesarle que no te gustan, como a ella, las ferias artesanales, 40 minutos después de encontrarse huyes hacia alguna boda, bautismo o consulta médica imaginaria. Es extraño: pero da pena herir sus sentimientos diciéndole que no te gusta lo mismo que a ella, pero ¡no vacilas en mentirle! Otra sombra en tu conciencia es tu tía Mecha. Ella te adora y tú también a ella, pero no tanto como para ir sábado por medio a tomar el té a su casa. Pero en lugar de acordar con ella un encuentro al mes, te torturas cada semana pensando que si todavía no te llamó, ya te llamará, y que si el sábado pasado no has ido, el próximo tendrás que ir. Y llega el momento en el que comienzas a dudar seriamente de tu madurez emocional. (¡Chan!)

Otro día, unos amigos te presentan a Marcos. La salida ha sido agradable y no la pasaste nada mal, pero no tienes ganas de repetir un encuentro; evidentemente, él sí. Como no te animaste a un NO rotundo, Marcos continua llamando semana tras semana, desorientado por tus mensajes absolutamente ambiguos: “Me encantaría pero hoy tengo que trabajar”, “Ay qué lástima, justo quería ver esa película pero hoy no puedo”, y otros etcéteras parecidos. Sin tener muy claro por qué, nuevamente te deslizas en la adicción de las justificaciones, hasta que te toca beber de tu propia medicina… y aprendes rápidamente algunas cosas acerca de ti misma. Un sábado a la tarde recibes el llamado de tu amiga María Eugenia para ir de shopping. Nada te agota más que salir de compras un sábado por la mañana; hay gente hasta debajo de las baldosas y es imposible probarse una remera en paz. ¿Pero cómo decirle que no a tu amiga que te llamaba para ser su compañera de compras? Antes de confesarle que no tenías ganas, lo cuál parecía descortés, te inventas un evento al que no puedes dejar de ir, y a medida que le contabas los detalles de tu mentira, comienzas a sentir que, seriamente, necesitas hablar con tu analista. (¡Ejem!) ¿Por qué no le podías decir que no a una amiga que te conoce de toda la vida y con la que tienes confianza para hacerlo? La cuestión es que no puedes hacerlo. Diez minutos después suena el teléfono: era Lucía, otra de tus amigas. – ¿Vamos de shopping? Tengo ganas de comprarme algo – me dijo alegremente. Ay, ¿Y ahora que vas a hacer? Metida hasta el cuello en tu propia maraña de justificaciones, optas por repetir la excusa del evento. Con la conciencia intranquila, salis a caminar. Tratas de buscarle la punta al ovillo de tus excusas, hasta que -¿sin quererlo?- tu caminata distraída te fue llevando paso a paso hasta la esquina del shopping. A mitad de cuadra, ves a Lucía y a María Eugenia que vienen caminando hacía ti. – Pero…¿tu no estabas en un evento?- te preguntaron a dúo. Acabaron en un café, tratando de dilucidar entre las tres por qué era tan difícil decir que no. – Nadie te va a querer menos porque te niegues a hacer algo – me dijo Eugenia-. Si no quieres, está bien: ¿por qué vas a decir siempre que sí a todo? – Además, es importante que digas lo que sientes – agregó Lucía, didáctica-. Por ejemplo, ¿sigues sin ganas de salir con Marcos? – preguntó, y no era en broma. Tus amigas- cuando no- tenían razón: detrás de las excusas suele agazaparse algún otro miedo: a decepcionar al otro, a que no vuelva a ofrecernos ese trabajo para el que hoy nos convoca, a no estar a la altura de esta o aquella ocasión. No es cierto que tratamos de cuidar al otro cuando le mentimos “por no herir sus sentimientos”: somos auténticos cuando decimos la verdad, preservando lo que sí importa. Entonces puedes confesarle a tu amiga que no soportas ir de compras a un shopping pero dejarle claro que la quieres mucho y que tienes ganas de verla y charlar con ella, cualquier día que no sea sábado. – Obvio que nos podemos ver otro día –te dijo María Eugenia, muy tranquila-. Pero igual te aviso que te perdiste un vestido buenísimo en oferta. Me lo compré yo. – Ahora que ya aprendiste –te dice Lucía, siempre atenta a lo importante- ¿me conseguí el teléfono de Marcos?-. Y agregó, apuntándome con la cuchara del café: – A esto no me puedes decir que no. ¡Aquí no valen las excusas!